Ayer, cenando en un bar del Hospitalet, entre risas tontas y bocadillos de atún, leí entre manchurrón de aceite y manchurrón de chorizo, que:
es un delito penado incluso con la cárcel acceder al correo electrónico ajeno. Está claro que bonito de hacer no es, pero no sabía que se podía denunciar. No tenia ni idea... La reflexión quizás vendrá otro día, ultimamente tengo sentimientos algo encontrados entre mi pasado y yo... Digo, la notícia hizo saltar un resorte escondido en mí, y ahora algo se puso en marcha y no sé bien qué es ni hacia qué caminos me va a llevar...
Por lo pronto dejo aquí a Jorge, que también tiene algo que decir sobre el tema...
Aquel mensaje que no debió haber leído,
aquel botón que no debió haber pulsado
aquel consejo torpemente desoído
aquel espacio, era un espacio privado.
Pero no tuvo ni tendrá la sangre fría,
ni la mente clara y calculadora,
y aún creyendo saber en lo que se metía
abrió una tarde aquella caja de Pandora.
Y la obsesión
- desencripta lo críptico
- viola lo mágico
- vence a la máquina;
y tarde o temprano
nada es secreto
en los vericuetos
de la informática.
Leyó a mordiscos en un lapso clandestino
tragando aquel dolor que se le atragantaba
sintiendo claramente el riesgo, el destino
de la pendiente aquella en la que se deslizaba.
Y en tres semanas que parecieron años
perdió las ganas de dormir y cinco quilos,
y en flashbacks de celos aún siguen llegando
las frases que nunca debió haber leído.
Y en esa espiral
la lógica duerme,
lo atábico al fin
sale del reposo;
y no hay contraseña,
prudencia, ni pin,
que aguante el embate
de un cracker celoso.
"La infidelidad en la era informática".
J. Drexler. 12 segundos de oscuridad.
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