08 agosto, 2006

Reflexiones en agosto


La Mentira no es enmascarar la verdad con lindos colores; ni tampoco ocultar hechos con palabras lisonjeras. No. La Mentira es la traición; así lo veo yo. Alguien dirá que existen niveles dentro de la mentira, que es posible decirle a alguien lo bien que se ve cuando realmente pensamos que
está terrible. Ése sería el nivel básico de la mentira. Pero digo yo: si aquella persona nos pregunta cómo la vemos, ¿por qué ocultarle su fealdad? Si la pregunta ha sido sincera, la respuesta también debe serlo.

Lo malo es que ya de bien pequeños nos enseñan a ocultar. A tapar las lágrimas, a sonreírle a aquella mujer espantosa... Debemos mentir cuando comemos algo que nos desagrada sobremanera, porque sino somos unos maleducados. Y debemos tragar. Hay gente que convive con la mentira diariamente, son los que la confunden con la verdad... Y la Verdad, para mí, tan sólo existe en el corazón, el alma o como le querais llamar. Es aquello que ocultamos cuando mentimos. Tememos ser maleducados, herir los sentimientos de alguna persona...

Pero cuando se ama, cuando realmente hemos amado y sabemos del dolor de la mentira, somos incapaces de enmascarar la Verdad con meras excusas, con lisonjerías, con alagos. Y yo prefiero una terrible herida abierta a base de verdades que una quemadura mentirosa. Eso ya cuesta más perdonar... La traición se adueñó de nosotros, porque a la pregunta sincera nos respondieron con pinturas bien embellecedoras.

Y yo tampoco no soy una samaritana, una abanderada de la Verdad verdadera. También yo mentí en su momento por no herir, y evidentemente erré. Una verdad disparada a tiempo tiene un extraño poder curativo. La persona que ha sido mentida puede elegir, siente que tiene el poder de decidir si seguir por aquel camino o tomar otro rumbo... Todos tendríamos que dar la oportunidad de dejar elegir a los demás, y para eso tendríamos que decirles la Verdad. Por dura, fea, terrible que sea; esa persona recibirá de nosotros lo más sincero y su elección se basará en hechos reales, en la demostración de que nunca le vamos a ocultar nada, y eso ya es un punto a nuestro favor.

Vivir en la mentira produce más mentiras. Un día nos encontramos dentro de una enorme bola de la que no podemos salir, baja rápido por la pendiente y no podemos pararla. Quizás entonces llega el momento de pensar que quizás estábamos equivocados, y que no valió la pena iniciar aquel viaje. No vale nunca la pena intentar vivir en la mentira; casi siempre el asunto termina cuando la gran bola se estrella contra algún obstáculo, y entonces todo se descubre, cuando es demasiado tarde...

O no, nunca se sabe... Quizás si decidimos regresar y tomar el camino más sincero, aquel que hiere pero permite sanar y abanzar... Por suerte estamos los que creemos que algún día toparemos con alguien que de buena mañana nos diga lo terribles que estamos; que no nos permita cocinar aquel plato porque parece veneno; que nos de a elegir entre el camino de los valientes o el de los terriblemente asustados de su propia soledad...