Diario de viaje...
Me levanté ho
y con más ganas que nunca de salir de esta ciudad y perderme en cualquier otro lugar. Con la idea de pasar un día a solas conmigo misma (todo un reto, no creais), llené la mochila de libros, libretas, la cámara, galletas, bolígrafos y trastos varios que s
uelo acumular en el fondo de mis bolsos. Así, como un caracol y cargada con media habitación (para qué tanto???) me acerqué a la estación de tren. Destino: Girona.
El día me era propicio: sol, calor... La suerte estaba de mi parte, podía sentirlo. Casi sin darme cuenta me encontré sola en el vagón y cantando aquello de: "Ya estoy en la mitad de esta carretera...", casi al más puro estilo hollywoodiense... Hasta que entraron dos viejitos y tuve que abstenerme de saltar de asiento en asiento... Al llegar a Girona lo primero que me vino a recibir fue un fuerte olor a estiércol que casi me hace perder el valor y la ilusión y volver atrás, y eso que dicen que "la merda de la muntanya no fa pudor..." jajajajajaja Girona huele a caquita, a mí que no me lo niegue nadie!!!
Mi princip
al misión era llegar al casco antiguo. En principio nada complicado, pero teniendo en cuenta mi orientación y el aturdimiento que tenía tras el pestazo, empecé a dar vueltas y vueltas. A eso de las diez en punto empezaron a sonar las campanas de las iglesias, y entonces, perdida en la parte más alta de la ciudad y sin nadie a quién poder preguntar, decidí seguir el sonido, hasta dar con el objetivo. Para entonces mi nariz ya se había acostumbrado al olor a caca de vaca, y por suerte fui capaz de beberme un café con leche; mi principal reconstituyente matinal...
En la calle de la Força empieza ya el antiguo Call (el barrio judío), y es también donde se encuentra el Centro Bonastruc Ça Porta, mi primera visita obligada. Bien, la mía y la de un grupo de israelíes, que para variar, acudieron a gritos mientras guardaban en los armarios las bolsas. ¡Ya no recordaba
lo escandalosos que son! "
Ze beseder, ze beseder, yafé...
!!!" Y así un buen rato. Así que los adelanté y subí al tejado. Me encontraba yo rodeada de silencio, escuchando a lo lejos el sonido de más campanas, los pájaros, el zumbido de las
abejas... Hasta que otros gritos (esta vez mucho más fuertes) me hicieron salir de mi escondite. Resulta que el tejado del Centro da a un patio de vecinos, y en una de las ventanas alguien había colgado una bandera Palestina. La exaltación en el grupo de israelíes era máxima. Para contraatacar a tan descarada provocación, empezaron a cantar el himno de Israel. Fue tanto el alboroto que se armó que la recepcionista subió alterada, acompañada por el librero de la tienda de al lado y del guardia de seguridad. Allí terminó el episodio. Mis compañeros de visita decidieron no prestar más atención a aquella bandera y siguieron a lo suyo. Y yo a lo mío...
Siguiendo la
misma calle hacia arriba se llega a la catedral, y para acceder a ella desde allí hay que subir tropocientas mil escaleras (Girona está plagada de escaleras, hay que ver qué manía!!!). Las subí, para que después no se diga, pero no entré en la catedral. Me negué a pagar lo que me pedían por ver el tapiz de no sé qué, así que con la moral por los suelos y un hambre de mil demonios bajé de nuevo las escaleras de los huevos. Antes de comer había otra parada obligada que hacer: los baños árabes. Que por cierto, de árabes tienen lo que yo d
e alta; o sea: NADA. Pero se ve que tras expulsarlos en el año de quinta-pelleja, decidieron que aquella gente se lo montaba muy bien a la hora del relajo, y decidieron imitar lo de las bañeritas y el vapor. Todo muy
yafé, algo en ruinas pero lindo. Y luego de posar con total naturalidad delante de la cámara apoyada en un muro, decidí que tenía que llenar la tripa o iba a desmayarme en cualquier rincón.
El bocadillo
de fuet me dio fuerzas para iniciar el ascenso y rodeo de la muralla. Cabe decir que al principio parecía todo coser y cantar. Con escaleras, para variar, pero con mucha sombra. Una torre por allí y vistas panorámicas de la ciudad. Por aquel entonces el reloj marcaba las dos y media, y no había ni Dios en la muralla, sólo la cazurra de la Amanda... Y digo cazurra porque lo de la sombra duró bien poco, y al rato me vi andando por una reproducción catalana de la Gran Muralla China. Muerta de calor, cargando con mi cascarón y cagándome de
to' lo que se menea por no haber comprado ni una mísera botella de agua. Esta vez me venía a la cabeza aquella canción de Manu Chao...
¿Cuándo llegaré, CUÁNDO LLEGARÉ...???
Casi no sentí cómo se me helaban los sesos cuando me bebí la coca-cola del tirón. Luego, Luis, el camarero, se compadeció de mí y vino a hacerme compañía. Resulta que a parte de trabajar detrás de la
barra, era pintor. Pintaba cuadros de gritos... O eso decía él. Me invitó a hacer un recorrido por todo el local al tiempo que se desvivía por mostrarme todas sus obras, con tanta pasión y arrebato que me dio no sé qué no entender la mitad de ellas... Desde aquí le deseo mucha mierda con su recién estrenada exposición!!!!!
Y así terminé mi visita. Regresé al tren y me dormí hasta que un bandazo mal dado me despertó ya en Passeig de Gràcia. Y como era el cumpleaños de Alba, y como yo todo lo dejo para el último momento (sino no hay emoción... jejejeje) pues corrí hacia la calle Canuda a comprarle un lindo bolso de verano...
MOLTES FELICITATS, GALETA!!!!!! PETONETS!!!!!! ;)